El negocio de la soledad
El colmo de todos los colmos es que estemos tan solos en la era de la hipercomunicación. Mientras millones sufren su soledad, siempre hay algunos muy vivos que ganan con ella.
Hay un hoyo en el sofá de tanto tiempo que pasa ahí jugando videojuegos y comiendo. Naoya tiene 35 años y vive en un barrio de Tokyo. No se sabe cuánto tiempo ha pasado sin salir de su departamento y sin ver a ningún otro ser humano.
Su sala está llena de basura de comida que se acumula al lado de los cómics manga que colecciona. Pide comida, ropa y libros por internet e indica siempre que se los dejen en la puerta, pues muere de miedo de interactuar con otro ser vivo. Incluso piensa que lo pueden contagiar con sus gérmenes.
Nao, como se autonombra en los chats de juegos en línea, es uno de los casi 1.5 millones de japoneses considerados Hikikomori, un fenómeno psicopatológico y sociológico que se caracteriza por un aislamiento social extremo y prolongado de una persona en su hogar, evitando cualquier compromiso social como la educación, el empleo y las amistades.
Aunque Nao es un personaje ficticio que aparece en la novela El gato y la ciudad, de Nick Bradley, es reflejo de un fenómeno real que se vive en todo el mundo: el aislamiento social y la soledad.
No existen cifras para dimensionar por completo la magnitud de este problema en todas las edades, pero un informe de la Organización Mundial de la Salud (OMS) de enero de 2025 señala que “el aislamiento social, cuya prevalencia es similar en todas las regiones, afecta actualmente a una de cada cuatro personas mayores”.
No es un problema menor cuando la propia OMS advierte que la falta de conexión social aumenta el riesgo de mortalidad entre un 14% y un 32 por ciento. No por nada en Japón y Reino Unido ya existe un Ministerio de la Soledad para estudiar y tratar de atenuar las consecuencias de este desafío global.
Parece el colmo de las paradojas padecer una pandemia de soledad en plena era de la hipercomunicación, pero es justo lo contrario. Algunas de las causas están en los avances tecnológicos y las mal llamadas redes sociales: que provocan conexiones superficiales, que nos exponen de forma constante a vidas “perfectas” y nos generan sentimientos de envidia y exclusión, además de la adicción a las pantallas que reduce nuestras oportunidades para tener encuentros reales.
Aunque no es necesario aislarte y encerrarte en tu casa: hay millones de personas que, aunque parecen tener una vida “normal”, viven con un enorme sentimiento de soledad interno que los aplasta.
Señales de alerta
Mientras millones padecen esta soledad, hay algunos “muy vivos” que ya vieron la oportunidad para hacer negocios. Hay de todo: desde aplicaciones de citas, la renta de “novios” o amigos, teleasistencia para adultos mayores, casas de retiro, comunidades digitales, psicólogos online o de Inteligencia Artificial (IA) y hasta robots mascota o humanoides de compañía.
El valor de la “economía de la soledad” podría superar los 500,000 millones de dólares en 2030, según algunos expertos.
“No creo que la soledad se cure ”, dice Jeremy Nobel, profesor de la Facultad de Medicina de Harvard y fundador del UnLonely Project. “Creo que se puede gestionar… una forma más precisa de ver la soledad es que es una experiencia humana y tiene un propósito, al igual que la sed. No se muere de sed, se muere de deshidratación. [La sed] envía una señal. [La soledad es] una señal de que hay una conexión humana que necesitas y que no estás consiguiendo”.
“La soledad”, dice Nobel, “es la más humana de las emociones”. Por eso, más allá de hacer negocios con ella, hay que ver cómo hacemos para que todos juntos evitemos que se vuelva un peligro para la humanidad. ¿Qué tan solo te sientes tú?
SHOT OF THE WEEK: Un gato, una ciudad, muchas soledades
Para seguir a tono con la historia de esta semana, esta vez quiero recomendarte esta novela de Nick Bradley: El gato y la ciudad, publicado por Plata Editores en español, que disfruté mucho.
Está contada como si fueran una serie de cuentos únicos, sin más conexión que un gato callejero como testigo, pero que se van interconectando, como ocurre con la vida de las personas que viven en las grandes ciudades.
Como dice la contraportada del libro, a través de estas historias entrelazadas, el autor “teje una novela de interrelaciones y distanciamiento; de supervivencia y autodestrucción, del deseo de pertenecer a algún lugar y la necesidad de huir de él”.